martes, 17 de noviembre de 2015

He touched me

Después de tanto tiempo sin escribir una entrada –diversas ocupaciones me han mantenido "out" del blog, sorry for the inconvenience– me apetece compartir algo que me sucedió el otro día, a modo de reflexión. Porque a veces una se olvida de dónde está, de qué rol parece ocupar, de cómo es vista... Qué cosas, todas las que tiene una que pensar antes de salir de casa. A veces, sumar eso al resto de tareas que lleva una en la cabeza... Uf. Imperdonable, lo sé! ¿Qué clase de ente de sexo femenino soy yo, que no sé conciliarlo todo, todo?

Bien. La anécdota concreta sobre la que quiero reflexionar, paso a relatarla de la manera más breve posible:

Yo bajaba una calle madrileña, tranquilamente –digo bajaba, porque la calle es una pendiente, y retiro el "tranquilamente" porque yo camino más bien muy deprisa, por lo general– cuando en mi camino crucé una calle que cortaba de manera perpendicular la calle por la que yo iba. Toda la zona, de calles estrechitas, no tiene casi ningún tráfico, y de pronto, un chico que viene por la calle que corta la mía, en vez de esquivarme, o seguir su camino, viene directo a mí, sonriendo de manera burlona, y en dos segundos, tengo su cabeza en mi hombro y su mano asiendo mi brazo por dentro.

Simultáneamente escucho en mi oído: "Eeeh", al modo del doblaje de la serpiente K en el libro de la selva. No sé si lo recordáis. 

Como acto reflejo –podéis llamarme brusca o violenta, adelante– sacudí enérgicamente mi brazo y me retiré de un salto quedando de frente al tipo a un par de metros de distancia, y lo que atiné a decir, –y ahora entiendo por qué dije eso y de esa manera– fue lo siguiente:

- "¡Tío, no toques a la gente por la calle!"

Creo que mi inconsciente repentino, como acto reflejo, tiende a rebelarse contra la objetivación que le "corresponde" al género femenino, sobre todo, la que le otorgan ciertos seres en ciertos momentos. El hecho de hablar de mí como "gente" me sustrae cualquier género, con lo cual me sitúa de igual a igual, y subraya que nadie tiene por qué ser tocado, independientemente de su sexo, porque es violento y no procede. Y sobre todo, no me pone tan vulnerable en una situación como ésta, que no sabía aún a dónde iba.

El tipo se paró en seco, pensando por un instante que yo estaba mostrándome receptiva (y por su reacción posterior vi que era lo que esperaba sin dudas). Supongo que en casa le han dedicado demasiados halagos, pobrecillo. 

Cuando entendió:

a) Que lo mío no era una invitación.

b) Que no me había fascinado esa manera de agarrarme por el brazo sin conocerle y apenas haberle visto venir (al no ser un camaleón mi visión periférica es limitada, vaya)

Su cara cambió de expresión, a un gesto iracundo y completamente violento, después de haber pasado por un leve compás de vergüenza por sentirse expuesto (sí, como lo oyen).

En ese instante, no pasó mi vida ante mis ojos, sino la cara de Usain Bolt saliendo al oír el pistoletazo de salida, y dedicándole un último gesto desafiante –por lo que pudiera venir–, me di la vuelta y arranqué de nuevo mi bajada, a ritmo de walkiria.

En el momento en que estaba girando, empezó la banda sonora, con la que él galantemente me deleitó en mi bajada –y al resto de viandantes, que se volvían a mi paso– y a ritmo de corchea y con el fuelle de Pavarotti, entonó la cantinela: "¡Zorra! ¡Zorra! ¡Zorra! ¡Zorra!..." que tuve el placer de escuchar hasta que llegué a la plaza donde terminaba la calle por la que bajaba.

¡Oh, dioses de la prudencia y espíritu samurái! ¿Cómo puede una ser tan tonta de perder la atención permanente, el control veinticuatro horas, con todos los sentidos, y centrarse únicamente en ser un ciudadano más, perdiendo el género, cuando baja por una calle? ¡Bendito caballero que me puso en mi sitio con tan gallarda acción!
¿Cómo puede una olvidar el adiestramiento social al que se ve sometida desde la infancia, sabiendo que hay que mirar las calles, tener controlado quién viene y va, qué cara trae, cambiar de acera, no entrar por calles oscuras –encima era de noche– y sobre todo, mostrarse alerta y capaz? Errores de ninja principiante, y una ninja nunca, nunca puede bajar la guardia. Como castigo, doscientos fondos al llegar a casa, y vuelta a repasar mentalmente la lista de movimientos cuando se va por la calle, para no tener un error similar que pueda tener consecuencias, porque la guerra de violencia de género, sigue en marcha como lo ha estado siempre, y olvidarse así, de pronto, es imperdonable.

Ya lo decía la canción esa del grupo aquel de flamenquillos para adolescentes: "Ninja, dulce ninja..." (¿O era niña?).

Aquí les dejo con esta maravillosa canción de Milton Schaffer e Ira Levin, que se escribió para el musical "Drat! The Cat!" y que popularizó Barbra Streisand. En este momento tiene tantísimo sentido la letra, que cobra uno nuevo. Si no, juzguen ustedes mism@s.









1 comentario:

  1. Una buena patada en los huevos por sobón y otra en la boca para que no se le entienda cuando dice zorra...sus putos muertos, también!

    ResponderEliminar